Según el diccionario de la Real Academia Española, una tapa es en su octava acepción una pequeña porción de algún alimento que se sirve como acompañamiento de una bebida.
Sin tener en cuenta a los señores académicos el cicatero tamaño que atribuyen a esta comida, hace menos de cincuenta años que incluyeron este significado. Hasta la edición de 1970, la misma palabra aparecía referida como un simple andalucismo que denominaba a las ruedas de embutido o lonjas finas de jamón que sirven en los colmados y tabernas colocadas sobre las cañas y chatos de vino. Con ese sentido adoptó por primera vez el diccionario la voz “tapa” en 1936. ¿Es que hasta entonces no se comían aperitivos? ¿No ofrecían las tabernas callos, patatas, chorizo o calamares para acompañar el vino? Por supuesto que sí, pero bajo otros nombres y en otras circunstancias. Pese a la afamada lentitud de la Academia a la hora de reconocer nuevas acepciones, lo cierto es que la tapa como tal era un invento relativamente reciente y empezó a popularizarse en la segunda década del siglo XX.
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