La picantería ha vuelto a Lima
La tradición de las picanterías revive en las calles de Lima. Vuelve la sazón de un tiempo que apenas atisbaba la existencia de restaurantes para encontrarse con la cocina en comedores improvisados en viviendas particulares. Bastaba con tocar la puerta, esperar a que la dueña o el dueño abrieran y preguntar si había algo que comer. Podía ser una fuente para compartir, un guiso o un picante con el que distraer el hambre y acompañar la chicha. La reunión de todo acababa convirtiendo el momento en un acontecimiento culinario en el que la cocina popular vestía sus mejores galas.
Eran pequeños negocios que a menudo trascendieron de las estancias de la vivienda familiar –a veces la cocina, otras el patio, algunas más el comedor…- a un comedor abierto al público. Siempre en el negocio familiar, siempre decorado con la sucesión de estampas, imágenes religiosas y calendarios que solían cubrir las paredes.
También fueron mucho más que eso. Tras aquellos locales humildes y populares encontraron refugio los grandes tesoros de la cocina peruana: cebiches y picantes, chicharrones y patitas de chancho, pescados asados y menudencias… las recetas, las fórmulas y los secretos de los platos quedaron definitivamente a salvo en estas cocinas.
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