“Vamos a echar un vistazo a esa manteca de cerdo”, dice la autora y cocinera Diana Kennedy, de 92 años, dirigiéndose a restaurantera Gabriela Cámara, de 40 años. Están sentadas frente a frente a la mesa de la cocina de la casa de Cámara en San Francisco. Cámara levanta la tapa del recipiente y deja al descubierto un producto con un brillo azul-gris y una textura de pomada para el cabello. “¡Qué barbaridad!”, dice Kennedy. “Tiene estabilizadores. Tendremos que encontrar algo que sea de verdad”. Kennedy ha volado desde México para pasar tiempo con los cocineros de primer proyecto de Cámara en Estados Unidos —Cala, una versión para San Francisco de Contramar, su restaurante de mariscos y una institución en Ciudad de México—, unos meses antes su debut.
Las dos mujeres han sido amigas por 15 años, desde que Kennedy comió por primera en el bullicioso restaurante insignia de Cámara. Al igual que los clientes habituales que van por almuerzos de cinco horas, Kennedy fue conquistada por los brillantes sabores de los mariscos de Contramar.
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