En 1747 salió de una imprenta de Dublín la primera edición de The Art of Cookery, Made Plain and Easy (“El arte de la cocina, hecho simple y fácil”). El libro, del que se elaboraron más de 40 ediciones, la mayoría de ellas piratas, fue la referencia absoluta de la cocina en el mundo angloparlante durante la segunda mitad del siglo XVIII y buena parte del XIX. Pero su autora, Hannah Glasse, que ni siquiera llegó a firmar su obra -que se leía estaba escrita “por una mujer”- murió arruinada.
Este 28 de marzo se conmemora el 310 aniversario de su bautizo, que no su nacimiento, cuya fecha exacta nadie conoce, efeméride que ha tenido a bien recordar Google en uno de sus doodle (mostrado en las versiones inglesa y estadounidense del buscador).
Aunque nadie reconoció en vida a Hannah Glasse como la autora de uno de los libros de recetas con más repercusión de todos los tiempos, su nombre salió a la palestra en 1938, gracias a las investigaciones de otra mujer, la historiadora Madeline Hope Dods.
Hoy sabemos que Glasse trabajó toda su vida como cocinera o costurera. Primero en la casa del cuarto Conde de Donegall en Broomfield, Essex; después en Londres, donde se mudó con su marido, un soldado irlandés, John, que le dio el apellido con el que hoy se la conoce.
Un libro fundacional
The Art of Cookery fue un recetario pionero en muchos aspectos. En su edición de 1758 fue el primer libro en mencionar las “hamburguesas” y en la de 1774 incluyó una de las primeras recetas de curry al estilo indio.
Aunque Glasse criticaba la influencia francesa en la cocina británica, incluyó platos con nombres franceses y fue la primera en mencionar, por ejemplo, la existencia de las trufas negras. También había recetas con ingredientes importados desconocidos en la mayor parte del mundo anglosajón como el cacao, la canela, la nuez moscada, los pistachos o el almizcle.
El libro fue un superventas absoluto durante un siglo desde su publicación en Reino Unido y sus colonias, incluido lo que pronto se convirtió en Estados Unidos. Se dice que Benjamin Franklin tradujo varias recetas del libro al francés para dárselas a su cocinero mientras fue el embajador estadounidense en París. Y tanto George Washington como Thomas Jefferson poseían copias del libro -que cocinaran ellos y no sus criados es otro cantar-.
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