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¿Y si el cacao de Venezuela deja de ser el mejor del mundo? por Sumito Estévez

¿Y si el cacao de Venezuela deja de ser el mejor del mundo?; por Sumito Estévez

Por Sumito Estévez

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Los alumnos de una escuela de cocina que dirijo tienen que presentar una prueba final, a modo de tesis, que consiste en recrear el concepto completo de un restaurante. Desde el logotipo hasta el estilo de servicio. Desde el precio del menú hasta el manual que describe cómo hacer cada plato.
En una ocasión, un grupo de alumnos decidió homenajear al Perú y, cuando finalizaba lo que había sido una propuesta excepcional con invitados peruanos, le ofrecieron al jurado un poco de pisco, el gran destilado de uva emblema del país. Pues bien: esa botella en cuestión tenía la forma de uno de los monolitos Moái de la isla de Pascua.
Un pisco chileno en un examen de cocina peruana era como colocar dinamita encendida en un polvorín.
Esta anécdota (que no llegó a mayores gracias a un jurado benigno) resume una agria pelea que tiene a peruanos y chilenos enfrentados en tribunales. Ambos países desean que se le reconozca a la bebida un origen histórico propio. Ambos países tienen ciudades con ese nombre. Ambos países han convertido cocteles con pisco en verdaderos emblemas nacionales. Ambos países saben que el primero que logre proteger internacionalmente el nombre pisco como una denominación de origen obligará al otro a llamar a su bebida destilado de uvas en el mejor de los casos, restándole un negocio millonario.
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Es comun enunciar “ceviche peruano”, “tequeño venezolano”, “curry de la India”, “hummus libanés”, ¿pero será que habría que decir “ceviche ¿peruano?”, “tequeño ¿venezolano?”, “curry ¿de la India?” o “hummus ¿libanés?”? Es una duda válida, si entendemos que el ceviche es un plato muy importante en la cocina ecuatoriana, que en Perú existe una masa rellena (parecida a los dim sum chinos) llamada tequeño, que quien desea aprender a cocinar tailandés acopia la palabra curry como parte de un nuevo vocabulario culinario, o que a un sirio no habría manera de convencerlo que el hummus no es un invento de su país.
Existen miles de platos que les pertenecen afectivamente a más de una nación. Un ecuatoriano tiene tanto derecho como un peruano de considerar al ceviche algo propio. Tanto derecho tiene un venezolano como un peruano de sentir al tequeño como propio. En estos casos, nos guste o no, gana quien aprenda a decirlo con más frecuencia.
Ha sido tan coordinada y eficiente la política de estado de Perú a la hora de promocionar el ceviche como bandera gastronómica que hoy en día todo el mundo lo asocia únicamente con ese país y, a estas alturas, ya no tendría sentido que en Ecuador se empecinaran en posicionarlo a nivel internacional como un plato emblema.
Es tan simple como que quien vocifera más fuerte gana la batalla de la autoría. Y si hay un aspecto donde el Estado debe asumir como política la promoción de sus valores es en las denominaciones de origen.
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Soy venezolano. Nos han amamantado diciéndonos, con objetiva razón, que tenemos el mejor cacao del planeta. No conozco a un venezolano que no lo afirme con orgullo: tenemos el mejor cacao del mundo. Todo chocolate en el mundo que esté hecho con cacao Chuao lo dice en la etiqueta como prueba de calidad (y porque ese nombre permite venderlo más caro).
Sin embargo, a 1.750 kilómetros en línea recta desde nuestra capital, Caracas, se encuentra Quito, capital del Ecuador. He visitado Ecuador anualmente durante la última década y he podido ser testigo de la evolución de la agresiva campaña oficial en ese país para convencer a su población de que son los garantes de, atención acá, “el mejor cacao del mundo”.
Una vez, en un congreso en Guayaquil, dije que los venezolanos teníamos el mejor cacao del mundo y fui pitado jocosamente por el público ecuatoriano asistente. Así de convencidas están las nuevas generaciones. Afiches en los mercados, comentarios de entes públicos, festivales, catas, regalos oficiales, ¡todo un arsenal al servicio de una campaña que a la vuelta de diez años logró su cometido! El convencimiento colectivo.
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Los venezolanos tenemos un gran cacao, pero nos hemos dormido en los laureles: hemos dejado de decirlo y de decírnoslo.
Si en un caso como éste el Estado venezolano deja que nos ganen la carrera de la opinión pública, las pérdidas monetarias serán inmensas y el daño cultural inconmensurable.
Cuando uno sabe que tiene un producto o una receta excepcional, uno que es parte de lo que nos define como Nación, uno que es parte del fardo de nuestras jactancias, uno que nos daría un dolor enorme perder, nos corresponde no olvidarlo. Celebrar y vociferar es una forma de marcar territorio. Una forma de derecho de autor.
Tenemos el mejor cacao del mundo.
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Sumito Estévez 
 

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