Inmortales por la duración potencial de algunos de sus ingredientes –y porque hay locales que llevan sirviendo los mismos desde los años sesenta–, los platos combinados forman parte de nuestra historia.
De vez en cuando hay que buscar refugio gastronómico en los bares de toda la vida. El bar de la máquina tragaperras que ha pasado diez veces la ITV, barra metálica, servilletas impermeables por el suelo, –esas servilletas de las que deberían estar recubiertos los trajes de buzo–, servilleteros con palillero incorporado, camareros con camisa blanca, nombre estampado en los sobres de azúcar, el señor de la barra leyendo el AS (siempre es el mismo), convoy de aceite y vinagre churretoso y un cuadro de la Torre de Hércules en la pared. En esos bares siguen sobreviviendo, entre tapas de bravas o torreznos, los platos combinados.
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