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Gaston Acurio - En la mesa de mi infancia las vísceras nunca fueron el invitado estrella

En la mesa de mi infancia las vísceras nunca fueron el invitado estrella. Cuando por ejemplo, la casa se impregnaba de olor a cau cau o el hígado encebollado anunciaba su presencia, mis hermanas inventaban cualquier excusa para eludir el almuerzo.
Ni que decir cuando íbamos al estadio nacional y entre los anticuchos se colaba un trozo de pancita o de rachi.
Yo, en cambio, las amé desde el primer día que las probé. Desde aquella ubre frita que sucedía a un suculento chaque de tripas en una picantería arequipeña a la que mi padre me llevaba furtivamente en Lince. Desde aquellos higaditos de pollo en forma de anticuchito de la granja azul hasta
los chinchulines de la parrillada la querencia. Desde esa chanfainita que aprendí a comer con un amigo taxista, hasta las mollejas con chimichurri del rincón gaucho cuando estaba en la concha acústica. Desde el cebiche de criadillas que descubrí en la tranquera, a los sesos arrebozados del cordano frente a palacio de gobierno.
Desde esa sangrecita con yuca de mi abuela trujillana, hasta ese mondonguito a la italiana que ame locamente en un hogar de la punta. Desde esa lengua estofada de una señora llamada Dorila en el Callao, hasta ese riñoncito al vino con todo su juguito de un restaurante en Magdelana que luego busqué y busqué y nunca encontré.
Recuerdo que era ese amor mitad culpaos, mitad prohibido el que me llevaba en bicicleta al Súper Epsa a comprar con mi propina una bolsa de corazoncitos de pollo y de riñoncitos de res con los que regresaba a casa cantando a cocinarlos en una sartén con un poco de ajo, cebolla china, mantequilla, comino, pimienta y limón. Un plato que la verdad no sé si salía horrible teniendo en cuenta mis escasos diez años. El hecho es que como nadie moría por probarlas, el plato quedaba siempre solo para mí.
Hagamos un riñoncito al vino, según antigua receta limeña.
Lo primero que debemos hacer es comprar un kilo de riñones de res los más chicos que puedan conseguir. Los lavamos, los abrimos y les retiramos los nervios y grasas internas. Seguidamente, los cortamos en trozos. En una sartén echamos un trozo de mantequilla y añadimos los riñones sazonados con ajo molido, sal y pimienta. Los saltamos a fuego fuerte durante 1 minuto y retiramos. En la misma sartén añadimos 2 tazas de cebolla roja cortada en tiras finas. Agregamos 1 cucharada de ajo picado, cocemos y añadimos sal, pimienta, comino y 1 cucharada de harina. Cocemos 1 minuto más y añadimos 1 vaso de vino tinto. Dejamos que rompa a hervir y regresamos los riñones (con un chorrito de caldo si hiciera falta) y dejamos cocer todo por otros 5 minutos. Terminamos con poquito de aji picado si gustan o su rocotito y un buen puñado de perejil picado.
Lo acompañamos con un sabroso puré de papa amarilla.
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  • Miguel Angel Gatón Acurio, todo excelente con nuestra rica comida peruana. Sin embargo, débes tener en cuénta, e informar el alto contenído de calorías que tiénen tus platos. No es sano. Saludos desde Chile.

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