El paladar porteño está cada vez más receptivo a la comida picante y, detrás de ella, se esconde un ingrediente milenario: el chile. Historia, secretos y virtudes del alimento que cambió la manera de cocinar en el mundo.
Producto de las nuevas corrientes inmigratorias y de una oferta creciente de salsas y condimentos, en Buenos Aires cada vez se come más picante. No es que todos los platos sean más picantes, sino que el gran público, ávido de novedades, comenzó a encontrarle la vuelta al uso y consumo de salsas y condimentos.
Quien haya probado las cocinas de México, Tailandia, Japón o la del Noroeste argentino sabe que no todos los picantes son iguales. Si bien se utilizan otros alimentos como semillas –pimienta– o raíces –wasabi, jrein– para generar potencia en aromas y sabores, cada cultura y cada gastronomía aprendió a usar y readaptar el chile a su manera. Hay tantos chiles como países y tantas formas de usarlo como platos en el planeta, aunque en este rincón del mundo, con suerte podemos distinguir los que pican de los que no.
Quien haya probado las cocinas de México, Tailandia, Japón o la del Noroeste argentino sabe que no todos los picantes son iguales. Si bien se utilizan otros alimentos como semillas –pimienta– o raíces –wasabi, jrein– para generar potencia en aromas y sabores, cada cultura y cada gastronomía aprendió a usar y readaptar el chile a su manera. Hay tantos chiles como países y tantas formas de usarlo como platos en el planeta, aunque en este rincón del mundo, con suerte podemos distinguir los que pican de los que no.
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